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“Sean humildes”: El manifiesto socialista de Garretón ante la peor derrota de la izquierda desde 1973 – El Líbero

El ex subsecretario de Salvador Allende les dice a sus compañeros de ruta que no basta una autocrítica sobre errores de campaña para enfrentar lo que pasó el domingo 4 de septiembre. Y les entrega 8 recetas para emprender “esa travesía del desierto a que obligan las grandes derrotas, como esta del plebiscito”.

Reseña literaria: Digital minimalism, de Cal Newport

Digital minimalism: choosing a focused life in a noisy world es un libro de no—ficción escrito por el informático estadounidense, Cal Newport, publicado en 2019.

El libro propone esencialmente una “nueva” filosofía para aproximarnos como seres humanos al uso cotidiano de las omnipresentes y esclavizantes tecnologías digitales. Antes de arrojarse de lleno a ello, sin embargo, hace algo lógico, aunque tal vez no demasiado obvio para muchas personas (y bastará mirar a nuestro alrededor para reafirmar que son muchos quienes parecen no haberse tomado aún la pastilla roja), esto es, diagnosticar el problema. Porque aquí hay un problema. Y uno serio.

El problema en cuestión es que nos hemos vuelto adictos. A las redes sociales, a internet y a las pantallas en general. Ello, se encarga de enfatizar el libro, salta a la luz de forma incuestionable a la hora de observar los resultados que arrojan los múltiples estudios psicológicos que se han llevado a cabo en los últimos años y que son debidamente citados en sus poco menos de 300 páginas.

Al margen de la evidencia empírica —que parece incuestionable—, Digital minimalism va más allá a la hora de realizar el mencionado diagnóstico: incluso echa mano a algunos recursos historiográficos y filosóficos para reafirmar la importancia de la soledad y la quietud mental —ambas enemigas acérrimas de Silicon Valley y sus productos orwellianos— y la importancia, por ende, de la necesidad de despegarnos de las pantallas. Así, aparecen también anécdotas y reflexiones relacionadas, por ejemplo, con personajes tan notables como Abraham Lincoln, Friedrich Nietzsche y Henry David Thoreau.

Planteado el problema, Cal Newport se aboca a la búsqueda de una solución. Esa es, precisamente, la filosofía del minimalismo digital, la que, lejos de erigirse como una maniquea doctrina antimodernidad o reacia al empleo de cualquier tecnología digital, propone redefinir nuestra relación con el hardware y el software que nos rodea, inunda y ahoga, valiéndose para ello del clásico principio “menos es más” y unas mucho más específicas sugerencias de ejercicios y nuevos hábitos.

Lo positivo es que el autor —informático, no olvidemos— parte ya con un trecho recorrido, pues antes de comenzar a escribir el libro, según nos cuenta, tuvo la oportunidad de crear una mailing list en la que experimentó con cientos de voluntarios, quienes siguieron las indicaciones propuestas y aportaron a lo largo de meses sus propias observaciones y conclusiones.

A partir de lo anterior, entonces, es que Cal Newport plantea métodos precisos, concretos y ejecutables que pueden ayudar a quien desee escapar de la relación de esclavitud que lo ata a su smartphone a conseguirlo con éxito… siempre y cuando exista suficiente compromiso y voluntad real, claro está.

Cabe mencionar que un paso fundamental en esta lista de ejercicios y nuevos hábitos, tal vez el más importante, es el llamado, a falta de una expresión menos cursi, digital detox, durante el cual el lector deberá abstenerse de utilizar la mayor parte de sus dispositivos y aplicaciones durante nada menos que 30 días, solo al cabo de los cuales podrá comenzar a entender realmente qué es lo tecnológicamente necesario y deseable de reincorporar.

En este punto es posible que el lector se horrorice y declare de forma apresurada e irreflexiva la absoluta y total imposibilidad de prescindir de las redes sociales y demás basura digital por un mes completo. Ese podría ser, precisamente, un primer indicio que da cuenta del verdadero paradigma de esclavitud y adicción digital que hoy nos rige. ¿Lo dejo cuando quiero?  Veamos…

A propósito de esto último, otra frase común que podría emplearse es “me gustaría dejarlo, pero es que no puedo; lo necesito”. Para su tranquilidad, este digital detox, desde luego,contempla algunas excepciones de sentido común, constituidas por aquellas herramientas digitales estrictamente fundamentales en el ámbito laboral o necesarias en algún aspecto esencial de la vida personal. El meollo del asunto radica en que, precisamente, pocas herramientas son en realidad fundamentales o estrictamente necesarias.

No puedo negar que mi propia filosofía personal respecto del uso de las tecnologías digitales y mi visión crítica respecto del llamado capitalismo de vigilancia, promovido por los falsos profetas de Silicon Valley, sesga, desde luego, mi visión sobre el libro, el cual juzgo no solo acertadísimo, sino necesario. Pero asumido el sesgo, lo cierto es que la evidencia científica, de nuevo, es abrumadora. Por ello es que soy un convencido de que si usted realmente estima a alguien, sea un familiar, amigo o pareja, y esa persona, como la mayoría, se pasa el 99,9% del tiempo despierto mirando una pantalla, con todas las consecuencias perniciosas que ello entraña desde el punto de vista psicológico —menor creatividad, menor claridad en su pensamiento, mayor irritabilidad, peor calidad de sueño, mayor propensión a la depresión, mayores niveles de ansiedad, mayores niveles de estrés, exacerbamiento del tribalismo político y, en general, peor salud mental—, lo mejor que puede hacer es regalarle un buen combo literario constituido por un par de obras indispensables: Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Nicholas Carr, 2010) y luego, como para comenzar a hacerse cargo, la comentada Digital minimalism.

Columna de Pablo Ortúzar: No eran sus votitos – La Tercera

Chile eligió una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Para quererse y tomarse en serio como país. No fue gracias a ustedes. Fue contra ustedes. Septiembre le ganó a octubre. Ustedes dijeron con altivez y desprecio, ante preguntas certeras, “no es su platita”. Pues bien, no eran sus votitos.

Ingreso como turista, favorable informe de la PDI y nueva visa: la bitácora migratoria del principal líder del Tren de Aragua en Chile – La Tercera

Carlos González Vaca (33) entró al país en febrero de 2017 solo con su carnet en mano, a través de un paso habilitado en el norte del país. Luego se trasladaría hasta Valparaíso, donde encontró demostrar que mantenía un trabajo formal, aunque soterradamente era un importante miembro del peligroso grupo criminal venezolano. Los registros revelan lo fácil que le resultó quedarse en el país por casi más de cinco años, burlando a autoridades de gobiernos de distintos colores políticos.

Cómo trollear al gobierno gringo y ganar miles de dólares con armas impresas en 3D

Mientras en Chile el flamante presidente de la república impulsa su narrativa inconstitucional y cuasitotalitaria sobre la supuesta necesidad de desarmar a civiles honestos y responsables (lo que, desde luego, solo servirá a los intereses de la delincuencia, fuerza política invaluable para la ultraizquierda local), un joven norteamericano se trollea al sistema gringo aprovechándose precisamente del terror de la narrativa antiarmamentista y gana, en la pasada, nada menos que 3 mil dólares.

La historia dice así. En Estados Unidos los gobiernos locales realizan cada tanto ciertas convocatorias de entrega de armas, para que cualquier ciudadano vaya a deshacerse de las “suyas” y estas luego sean destruidas. Ahora, si digo “suyas”, entre comillas, es porque en realidad nadie comprueba la propiedad de las armas presentadas; ni siquiera su correcto funcionamiento. De hecho, es parte de la política de estos programas que nadie pregunte nada. Un poco como las campañas de desarme que cada tanto se llevan a cabo en Chile mismo, con la salvedad de que en Estados Unidos las armas, antes de ser fundidas, son compradas por el gobierno a sus antiguos propietarios, usando para ello, por supuesto, la plata de todos los contribuyentes.

El genial e hilarante giro de esta historia, concerniente a un evento de este tipo realizado recientemente en Texas, es que un joven decidió anticiparse a la jugada y se dedicó a imprimir pistolas 3-D en masa. Imprimió 60, fue a la feria en cuestión, recibió un pago de 50 dólares por cada una, y se devolvió campante a su casa con 3.000 dólares que antes no tenía.

¿Cómo no adorar la cultura del emprendimiento norteamericana?

El gobierno ha reconocido su derrota decretando el fin de semejante bug en la matrix, al asegurar que, para la próxima, no se recibirán armas de fabricación artesanal. D’oh!

La historia completa a continuación:

Prejuicios de (de)formación

Escuelas y talleres, autoproclamados conocedores del oficio y pseudomentores, a menudo producen una deformación artística del aprendiz de fotografía.

Su gran error radica en arrinconar al estudiante en aspectos que trascienden lo formal, contaminando las mentes puras de estos últimos con ideas absurdas como que “deberían articular un discurso”, “sacar una voz”, “buscar” esto o aquello.

Tal vez funcione. A veces. En el mal llamado “arte” posmoderno se abusa de lo conceptual; tal vez allí tengan cabida tales consejos, que desde luego ayudarán a que emerja toda una nueva generación preservante del circlejerk autoral contemporáneo, con su pseudofilosofía y cantinelas pomposas pero inconducentes, politiqueras y vacuas.

Quien busque con inocencia y de forma intuitiva la belleza desde un principio, está desamparado. Y este verdadero calvario solo podrá llegar a ser comprendido por esos pocos mentores que aún “lo entienden”: no hay discurso posible que articular; la voz emergerá sola, nunca por pedido o por la vulgar asignación de una tarea.

Lo más importante es jamás dejar de perseguir la belleza, la poesía, el alma; desde el “género” fotográfico o la técnica que sea.

Lo demás es vómito.