
Digital minimalism: choosing a focused life in a noisy world es un libro de no—ficción escrito por el informático estadounidense, Cal Newport, publicado en 2019.
El libro propone esencialmente una “nueva” filosofía para aproximarnos como seres humanos al uso cotidiano de las omnipresentes y esclavizantes tecnologías digitales. Antes de arrojarse de lleno a ello, sin embargo, hace algo lógico, aunque tal vez no demasiado obvio para muchas personas (y bastará mirar a nuestro alrededor para reafirmar que son muchos quienes parecen no haberse tomado aún la pastilla roja), esto es, diagnosticar el problema. Porque aquí hay un problema. Y uno serio.
El problema en cuestión es que nos hemos vuelto adictos. A las redes sociales, a internet y a las pantallas en general. Ello, se encarga de enfatizar el libro, salta a la luz de forma incuestionable a la hora de observar los resultados que arrojan los múltiples estudios psicológicos que se han llevado a cabo en los últimos años y que son debidamente citados en sus poco menos de 300 páginas.
Al margen de la evidencia empírica —que parece incuestionable—, Digital minimalism va más allá a la hora de realizar el mencionado diagnóstico: incluso echa mano a algunos recursos historiográficos y filosóficos para reafirmar la importancia de la soledad y la quietud mental —ambas enemigas acérrimas de Silicon Valley y sus productos orwellianos— y la importancia, por ende, de la necesidad de despegarnos de las pantallas. Así, aparecen también anécdotas y reflexiones relacionadas, por ejemplo, con personajes tan notables como Abraham Lincoln, Friedrich Nietzsche y Henry David Thoreau.
Planteado el problema, Cal Newport se aboca a la búsqueda de una solución. Esa es, precisamente, la filosofía del minimalismo digital, la que, lejos de erigirse como una maniquea doctrina antimodernidad o reacia al empleo de cualquier tecnología digital, propone redefinir nuestra relación con el hardware y el software que nos rodea, inunda y ahoga, valiéndose para ello del clásico principio “menos es más” y unas mucho más específicas sugerencias de ejercicios y nuevos hábitos.
Lo positivo es que el autor —informático, no olvidemos— parte ya con un trecho recorrido, pues antes de comenzar a escribir el libro, según nos cuenta, tuvo la oportunidad de crear una mailing list en la que experimentó con cientos de voluntarios, quienes siguieron las indicaciones propuestas y aportaron a lo largo de meses sus propias observaciones y conclusiones.
A partir de lo anterior, entonces, es que Cal Newport plantea métodos precisos, concretos y ejecutables que pueden ayudar a quien desee escapar de la relación de esclavitud que lo ata a su smartphone a conseguirlo con éxito… siempre y cuando exista suficiente compromiso y voluntad real, claro está.

Cabe mencionar que un paso fundamental en esta lista de ejercicios y nuevos hábitos, tal vez el más importante, es el llamado, a falta de una expresión menos cursi, digital detox, durante el cual el lector deberá abstenerse de utilizar la mayor parte de sus dispositivos y aplicaciones durante nada menos que 30 días, solo al cabo de los cuales podrá comenzar a entender realmente qué es lo tecnológicamente necesario y deseable de reincorporar.
En este punto es posible que el lector se horrorice y declare de forma apresurada e irreflexiva la absoluta y total imposibilidad de prescindir de las redes sociales y demás basura digital por un mes completo. Ese podría ser, precisamente, un primer indicio que da cuenta del verdadero paradigma de esclavitud y adicción digital que hoy nos rige. ¿Lo dejo cuando quiero? Veamos…
A propósito de esto último, otra frase común que podría emplearse es “me gustaría dejarlo, pero es que no puedo; lo necesito”. Para su tranquilidad, este digital detox, desde luego,contempla algunas excepciones de sentido común, constituidas por aquellas herramientas digitales estrictamente fundamentales en el ámbito laboral o necesarias en algún aspecto esencial de la vida personal. El meollo del asunto radica en que, precisamente, pocas herramientas son en realidad fundamentales o estrictamente necesarias.
No puedo negar que mi propia filosofía personal respecto del uso de las tecnologías digitales y mi visión crítica respecto del llamado capitalismo de vigilancia, promovido por los falsos profetas de Silicon Valley, sesga, desde luego, mi visión sobre el libro, el cual juzgo no solo acertadísimo, sino necesario. Pero asumido el sesgo, lo cierto es que la evidencia científica, de nuevo, es abrumadora. Por ello es que soy un convencido de que si usted realmente estima a alguien, sea un familiar, amigo o pareja, y esa persona, como la mayoría, se pasa el 99,9% del tiempo despierto mirando una pantalla, con todas las consecuencias perniciosas que ello entraña desde el punto de vista psicológico —menor creatividad, menor claridad en su pensamiento, mayor irritabilidad, peor calidad de sueño, mayor propensión a la depresión, mayores niveles de ansiedad, mayores niveles de estrés, exacerbamiento del tribalismo político y, en general, peor salud mental—, lo mejor que puede hacer es regalarle un buen combo literario constituido por un par de obras indispensables: Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Nicholas Carr, 2010) y luego, como para comenzar a hacerse cargo, la comentada Digital minimalism.