Escuelas y talleres, autoproclamados conocedores del oficio y pseudomentores, a menudo producen una deformación artística del aprendiz de fotografía.
Su gran error radica en arrinconar al estudiante en aspectos que trascienden lo formal, contaminando las mentes puras de estos últimos con ideas absurdas como que “deberían articular un discurso”, “sacar una voz”, “buscar” esto o aquello.
Tal vez funcione. A veces. En el mal llamado “arte” posmoderno se abusa de lo conceptual; tal vez allí tengan cabida tales consejos, que desde luego ayudarán a que emerja toda una nueva generación preservante del circlejerk autoral contemporáneo, con su pseudofilosofía y cantinelas pomposas pero inconducentes, politiqueras y vacuas.
Quien busque con inocencia y de forma intuitiva la belleza desde un principio, está desamparado. Y este verdadero calvario solo podrá llegar a ser comprendido por esos pocos mentores que aún “lo entienden”: no hay discurso posible que articular; la voz emergerá sola, nunca por pedido o por la vulgar asignación de una tarea.
Lo más importante es jamás dejar de perseguir la belleza, la poesía, el alma; desde el “género” fotográfico o la técnica que sea.
Lo demás es vómito.