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La debacle de Carlos Peña

Como cualquier hombre que pretenda salvaguardar su salud mental, hoy me mantengo algo alejado de la contingencia política más inmediata, cortoplacista y partisana. Lamentablemente, la discusión de grandes ideas jamás existió en Chile, y si acaso algún atisbo de eso llegó a haber en algún momento en el debate público, qué duda cabe de que, tratándose de este último, hoy en día —intento de revolución mediante— solo se ventila y pisamos mierda.

Ahora bien, desde luego un saludable distanciamiento de la realpolitik criolla no necesariamente implica ignorancia deliberada de los procesos políticos y sociales en curso. Sin ir más lejos, creo que el no andar pendiente de nimiedades cotidianas (como el último “desliz” en la imagen de Boric o su último “exabrupto” discursivo) permite, justamente, no entramparse en la irrelevancia de los árboles y ver el bosque con algo más de perspectiva.

Caricatura de Carlos Peña.
fuente: El Mostrador

Si hay alguien en Chile que supuestamente encarna la imagen de ese observador agudo y que intentaría apreciar el cuadro general con lucidez, ese es Carlos Peña. Guste o no, y como un jovenzuelo y aún desconocido Daniel Mansuy hubiera escrito hace doce años (recomiendo encarecidamente esa columna a modo de prólogo), nadie puede permanecer indiferente ante lo que el “intelectual más influyente de Chile” tenga que decir. Por más que pese a muchos, es el rector quien sigue siendo el que pautea la discusión política en la sobremesa dominical y los intercambios epistolares de El Mercurio a lo largo de la semana.

Precisamente porque no me desvivo por la contingencia política es que me excuso de haber tardado tanto en leer la entrevista a Peña que La Tercera hubiera publicado en vísperas del  18 de octubre. Y si la había guardado para leerla en algún momento era porque el bait del titular, después de todo, prometía.

“Chile está convertido en un desastre. Yo no sé cómo no lo advierten”, sentenciaba con gravedad el abogado y sociólogo.

Si dicen que el diario del día anterior se usa para envolver pescado, supongo que el de hace más de una semana derechamente no existe. Con todo, me parecía que la lectura de una entrevista así de “antigua” al intelectual más influyente de Chile era necesaria, y constituye parte de ese genuino y humilde esfuerzo propio por mantenerme atento al bosque.

Ahora bien, si uno se quedara con la primera mitad de la entrevista, se encontraría con varias ideas bastante sensatas, saliendo de la boca del mismo liberal que hubiera publicado “Lo que el dinero sí puede comprar” dos años antes de la asonada octubrista del 2019.

Es así que en esa primera parte asistimos a la exposición de algunas ideas —muchas de estas ya planteadas con anterioridad por el susodicho hasta el cansancio— difícilmente cuestionables, tales como la penca intelectualidad chilena, lo cobardes que fueron tantos frente a la perspectiva de las funas u otras formas de lumpen intelectual, los simplismos en el  “análisis” o diagnóstico de esos mismos intelectuales para explicar la asonada del 18 de octubre y todo lo que vino después, la complicidad de la Academia, la inexcusable legitimación de la violencia y el terrorismo, la falta de conducción política y visión de largo plazo de nuestros gobernantes, la frustración de las expectativas socioeconómicas de las capas medias como producto de la modernización capitalista (aspecto al que Peña le atribuye el mayor grado de causalidad de lo que fue el 18 de octubre, cosa que no necesariamente comparto), el mito de la desigualdad, la cuestión generacional, el absurdo entusiasmo que la juventud despierta en el resto de la población, la anomia de nuestra sociedad, la grave omisión de un verdadero carácter educativo en la propia institucionalidad “educativa” chilena, la irracionalidad de las masas y la sublimación de las pulsiones más primitivas del individuo entre grandes grupos, así como el verdadero “circo” que fue la llamada Convención Constituyente (a la que el propio Peña, por lo demás, también dedica términos tan generosos como “corral” y “payaseo”).

Sujeto arrojando molotov en Santiago de Chile el 21 de octubre de 2019.
El “estallido social”, que tiene tanto de estallido y de social como Peña de coherente. (Miguel Arenas/AP)

Sin embargo, y de forma inexplicable, de pronto aparecen algunos planteamientos —les llamaré cariñosamente “aberraciones”— que son como para arrancarse las mechas e, incluso, llegar a dudar si acaso en algún momento la periodista no se habría descuidado y Carlos Peña habría sido sustituido por un deficitario döppelganger; uno al cual, por lo demás, le habrían escrito mal el libreto para terminar reemplazando el discurso republicano y liberal del original por un trasnochado y juvenil marxismo posmo.

Me refiero a vicios que el propio Peña denuncia en otros intelectuales y en los que él mismo, al parecer de forma inadvertida, incurre.

Y es que, salvo que se trate realmente de un impostor, o de un fugaz episodio de bipolaridad, simplenmente no puede borrarse con el codo lo escrito con la mano apenas minutos atrás.

Así, en octubre de 2022 Carlos Peña parece conseguir al fin lo impensable: la mofa y el desacuerdo simultáneo tanto de parte de marxistas como liberales.

Para examinar esas peculiares ideas, me permitiré transcribir una cita textual que procederemos a desgranar bajo una lupa crítica.

Para contextualizar: tras calificar el patético espectáculo que fue el órgano constituyente de todas las maneras posibles, la candidez propia del intelectual (para quien la entelequia de las ideas filosófico-políticas a veces constituye un faro demasiado enceguecedor cuando de procesar la burda realidad política se trata), la candidez propia del intelectual, reitero, parece pasarle factura a Peña. Así, a reglón seguido, este último afirma:

“Lo que ocurrió con la Convención es doble: por una parte fue un payaseo. No fue un foro, fue un corral. Pero al mismo tiempo, quienes estaban allí representaban parte de la sociedad chilena que nos negábamos a ver. Entonces, esta doble dimensión tiene que llamarnos a reflexionar. Es verdad que fue un circo, pero al mismo tiempo allí se expresaron identidades, formas de vida, intereses a los que tenemos que poner atención.

¿No parecía que sería tan circense?

Yo pensé que iba a ser más violento, pero fue más pintoresco que violento. Pero, a pesar de todo, hay ciertos frutos. Arrojó una especie de consenso subyacente en la sociedad chilena que cualquier proceso a futuro debiera recoger: la idea de que necesitamos derechos sociales no se puede abandonar, porque tienen la virtud de ser un compromiso de la sociedad por que la clase no tenga la última palabra en la vida de las personas. Esto es un compromiso por que haya una directriz integradora que modere el principio divisivo de la clase. Yo creo que es un consenso. Lo otro que también rescataría es la necesidad de reconocimiento de los pueblos originarios, y la tercera, es la paridad. Hay que distribuir las posiciones de poder atendiendo a la desventaja histórica que el género introduce”.

Vamos viendo.

Manifestaciones en ceremonia inaugural de la Convención Constitucional.
El tristemente recordado acto inaugural del show. (fuente: izquierdaweb)

Aberración Nº1: el zoológico humano de Peña

Para Peña, el gran valor del experimento constituyente habría sido lo que siúticamente denomina “la expresión de identidades, formas de vida e intereses”.

Aquí cuesta entender si Peña:

a) Solo formula una enrevesada justificación sociológica para porfiar en el apoyo a un fracasado experimento jurídico-político que él mismo apoyó (¡y que aún insiste en apoyar!), en lo que para cualquier economista no constituiría más que un triste caso de falacia de costo hundido; o

b) genuinamente enaltece aquello como una supuesta virtud de la Convención, creyendo  a pies juntillas que la exposición de diversos y anecdóticos relatos identitarios y minoritarios —llenos de ribetes performáticos y cuasipsiquiátricos— en el seno de lo que él mismo reconoce debiera haber sido un foro, constituiría un valor en sí mismo. De esta forma, el gran legado de la Constituyente sería haberse erigido como una suerte de pintoresco zoológico humano, en que especies con pelajes de distinto color y disfraces habrían ido a lucirse para decir a la sociedad chilena: hola, existo y necesito atención.

¿Verá realmente Peña algo valioso en semejante fauna, habida cuenta de que hoy el consenso político parece adjudicar en buena medida la responsabilidad del fracaso de la Constituyente precisamente a un enaltecimiento de idiosincrasias y visiones de mundo muy vistozas pero en absoluto representativas? (Enaltecimiento de políticas identitarias que, por lo demás, el mismo Peña calificará más tarde como un “extremo totalmente absurdo”.)  Resulta difícil saberlo.

Dirigente de Petorca se desnuda en performance en Convención Constitucional.
Dirigente política de Petorca se desnuda para realizar una “performance” en plena actividad de la Constituyente (Movimiento por el agua y los territorios | Instagram)

Ahora bien, si partimos de la presunción de buena fe y creemos que para Peña, aquel  es realmente un logro encomiable y fundamental para la sociedad chilena, aún al costo de gastar millones de dólares en un proceso jurídico-político inconducente, parecería que para el intelectual más influyente de Chile resulta más importante contar a su disposición con una pasarela sobre la que puedan desfilar animales exóticos a los que analizar desde la torre de marfil de la sociología o el columnismo dominical, antes que contribuir, desde el mundo de las ideas, a sacar a Chile del agujero político-económico en que se encuentra y que a él, según dice, tanto le preocuparía.

Aberración Nº 2: el mito de los “derechos sociales”

Peña no solo es explícito en cuanto a su apoyo a una idea que hoy ya ni siquiera merece reparos desde la nefasta “derecha” chilena, sino que se suma a esa soberbia narrativa que da el tema de los llamados “derechos sociales” por sentado.

Incluso, releyendo la cita, tenemos que llega a hablar de un “consenso subyacente en la sociedad chilena”. Y como guinda de la torta, hasta se permite introducir entremedio el concepto de “clase”, como insinuando que si no es por medio de una consagración constitucional de supuestos derechos sociales, las divisiones entre dichas clases estarían llamadas a permanecer pétreas y sus respectivos integrantes fijos en sus confines, convirtiendo probablemente, por lo demás, a quien no comulgue con dicha idea en un clasista.

El manido tema de los llamados “derechos sociales” da en sí para un texto aparte. Por de pronto, baste decir que no existe el “consenso subyacente en la sociedad chilena” que Peña dice ver; solo hay un consenso subyacente en la clase política, lo que, desde luego, es muy distinto.

Donde sí existiría, naturalmente, un consenso en la sociedad chilena es en la idea de que las personas que lamentablemente aún dependen del Estado para la satisfacción de ciertas necesidades humanas, merecen, a cambio de los recursos que el propio Estado les quita, prestaciones muchísimo mejores.

Marcha de la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales.
Dignidad para el pueblo… ¡pero que no nos toquen el bolsillo! (fuente: anef.cl)

¿Por qué tendría que implicar esto último una consagración del derecho a aquello o a esto otro en un poético catálogo de derechos en la Carta Fundamental, cuando el problema de fondo radica en el millonario, abusivo, obsceno e inmoral derroche de recursos fiscales mal gastados? Parte de esos misterios que, aún a día de hoy, siguen sin respuesta desde ningún sector político.

Aberración Nº3: la cantinela del marxismo, el posmodernismo y los pañuelitos morados

Peña dice que: “Hay que distribuir las posiciones de poder atendiendo a la desventaja histórica que el género introduce”.

Con ustedes… Carlos Peña, el liberal.

Sorprende que el mismo que hasta este punto venía denunciando los simplismos de los diagnósticos de la intelectualidad chilena, de pronto caiga en la repetición de cuñas de raigambre marxista y posmoderna sin ofrecer mayores explicaciones.

Tragándose completito el discurso de las féminas como grupo político oprimido, Peña denuncia una supuesta desventaja histórica basada en el género. ¿Qué desventaja histórica sería aquella, considerando que desde hace tantas décadas el ordenamiento jurídico chileno garantiza a hombres y mujeres igualdad de derechos? ¿Qué obsta que una mujer con suficiente interés y esfuerzo pueda hoy no solo ser parte activa de la política, sino incluso presidir partidos, coaliciones o llegar a ser Presidente de la República dos veces? Vaya uno a saber.

Feministas cantan y bailan en Santiago de Chile.
“Y la culpa no era mía…” El memorable hit del summer 2019 y nuevo himno de Peña. (fuente: La Razón)

Aberración Nº4: la denuncia de la anomia al tiempo que propone saltar la norma jurídica

Según el diccionario de la Real Academia, “anomia” puede definirse como la “ausencia de ley”. En su segunda acepción, se trataría del “conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.

Carlos Peña, que sostiene buena parte de su discurso sobre la idea, precisamente, de la anomia que impera en el Chile actual, y que dice ser defensor de una visión liberal de la democracia, llama a establecer nuevamente, de forma forzosa y mediante el imperio de la ley, la llamada “paridad”, en lo que a todas luces constituye una violación de los principios republicanos más básicos, a saber la igualdad ante la ley y la soberanía del voto.

Realmente, ¿hace falta explicar por qué no resulta lícito que si diez personas votan por Juanito Pérez y solo dos por Rosita Cortés, se determine la invalidez de los primeros votos y se les niegue a los sufragantes su manifestación de voluntad soberana, nada más porque no eligieron a una candidata cuyo único “mérito” es usar calzones en vez de calzoncillos? Delirante.

Para reafirmar la liviandad con que Peña hoy en día se suma a la propuesta de fórmulas políticamente correctas, pero al fin y al cabo ilícitas (contribuyendo así, precisamente, al clima de anomia imperante que denuncia), me permito citar un pasaje adicional de la entrevista, en que se le pregunta por la forma en que el fallido proceso constitucional ha continuado entre los pasillos del Congreso hasta estos días:

“¿Es presentable que hoy en día la clase política haga este proceso y se salte una convención cien por ciento electa, sino que más bien se hace este texto, se plebiscita y ya?

Esta pregunta puede ser respondida en dos planos: en el plano conceptual, puramente normativo, creo que no, porque la sociedad ya se pronunció en un plebiscito por una convención y eso podría contribuir a mayor legitimidad del acuerdo que se adopta”.

Por supuesto, lo que Peña opina aquí parte de la base de una interpretación tremendamente falaz, jurídicamente incorrecta y repetida por nuestros queridos políticos hasta el cansancio, i.e. la idea de que, en la medida que menos de seis millones de chilenos habrían votado “apruebo” en el plebiscito de entrada hace más de un año, se habría constituido una suerte de manifestación soberana sagrada, inmutable y permanente que tarde o temprano deberá cumplirse de una forma u otra, como si se tratara de una asamblea universitaria en la que se repite una votación de forma reiterada hasta obtener el resultado deseado.

No profundizaremos en ese absurdo porque, dada la cantidad de paño jurídico y lógico-argumentativo que habría que cortar, también merecería un texto aparte. Por ahora, baste señalar que la patudez de decir que algo que no sea una convención cien por ciento electa “no es presentable” (¡incluso en un aspecto “conceptual o puramente normativo”, cuando se estaría contraviniendo no solo el texto expreso de la Constitución vigente, sino el propio acuerdo político primigenio que dio origen a todo esto!), siendo Peña además abogado, es para tirarse de las mechas.

Aberración Nº5: la definición misma de locura

Me permito transcribir una última cita a propósito, precisamente, de la continuación de un inoficioso proceso constituyente:

“¿Cuál sería la fórmula deseable para usted?

Lo que me parecería más razonable es una elección con un buen sistema electoral, similar a los diputados, que garantice paridad, con escaños reservados en proporción al lugar que tienen en el padrón los pueblos originarios. Que esa convención tenga un tiempo acotado y que trabaje, por ejemplo, sobre un borrador o asistida por expertos, pero a condición de que ellos tengan la última palabra. Eso es perfectamente posible. Y con plebiscito.”

Convencionales llegan disfrazados a Convención Constitucional.
Algo que jamás sucedió. ¡Ilusión óptica y fake news! (Twitter: @cultrun)

Dejaremos pasar por razones de extensión y reiteración lo que Peña afirma en cuanto a la llamada “paridad” y los llamados “escaños reservados”.

Lo que resulta inaudito y digno de relectura es que Peña califique el sistema electoral de la Cámara de Diputados, que es precisamente el que ya operó en nuestra surrealista experiencia de elección de constituyentes, como “bueno”.

Cuesta imaginarse bajo qué parámetros Peña calificará dicho sistema como “bueno”. Por de pronto, si consideramos que gracias a ese “buen sistema electoral” se obtuvo una Convención integrada, al margen de la “anécdota”, no solo por un dinosaurio, un Rojas Vade y una “Tía Pikachu”, sino por un 80% de miembros cuyas votaciones no llegaron siquiera al 10%, generando como consecuencia una instancia con todas las probabilidades en contra de su trabajo ya desde el origen por razones de legitimidad, parece justo decir que el sistema D’Hont (como si el propio circo del Congreso Nacional no hablara suficientemente por sí mismo) es todo menos “bueno”.

A menos, claro, que, insisto, la prioridad para Peña fuera contar con un verdadero zoológico humano a su disposición, que sea lo más variopinto posible y sobre el que pueda divertirse elucubrando toda suerte de teorías sociológicas.

Por lo demás, decía Rita Mae Brown en su novela Sudden Death que “la locura es hacer lo mismo una y otra vez, pero esperando resultados diferentes”. Abstrayéndonos de la necedad de porfiar en una discusión constitucional inconducente y a estas alturas irrelevante, y de los aspectos de ilicitud formal e ilegitimad ya esbozados, ¿por qué creería Carlos Peña que la reiteración de una fórmula electoral idéntica a la tristemente ya ensayada, esta vez sí daría resultados satisfactorios? Indudablemente, se trata de algo que excede mis competencias de psicólogo aficionado.

Conclusión

Uno de los últimos puntos que plantea Peña, y que de hecho permea toda la entrevista, dice relación con su constante alusión a la necesidad del restablecimiento de la autoridad. Cuando la anomia y el deterioro del llamado “tejido social” resulta manifiestos, y la delincuencia y el crimen organizado hacen que Ciudad Gótica parezca Ginebra al lado de Santiago, aquello resulta obvio.

Así y todo, ¿cómo podría dejar de pensarse que el rector borra con el codo lo escrito con la mano, cuando reivindica la autoridad pero, al fin y al cabo, no solo validó, sino que defendió activamente y aún persevera en eso un proceso constituyente que fue fruto directo de un intento de golpe blando, con vandalismo, violencia política y terrorismo incluidos?

No sé al final si vale la pena elucubrar teorías sobre Peña como individuo: si le cambiaron las pastillas; si sufre un irresoluto debate interno entre el oficio de observador y sociólogo y el de abogado e intelectual incidente en política contingente; si atraviesa por una crisis ideológica, un simple desgaste profesional o un agotamiento intelectual que lo ha hecho proclive a caer en los simplismos de diagnóstico que él mismo denunciaba en los demás.

Lo que me parece sintomático y genuinamente lamentable es el hecho de que, con todas las salvedades y diferencias de opinión que uno pudiera encontrar con el rector, este siempre representó un faro de relativa lucidez y perspectiva en la plana y penca intelectualidad chilena. (No en vano Carlos Peña fue uno de los pocos, junto a otros como la licenciada en filosofía y socialista Lucy Oporto, autora del lúcido ensayo Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias, que miraron con ojo crítico el relato “oficial” del 18 de octubre en medio de la compleja efervescencia de la época).

Hoy, cuando Chile se encuentra probablemente en la época más oscura de estos últimos 30 años de democracia (que languidece, es imperfecta, corrupta y todo, pero al fin y al cabo se mantiene más o menos como democracia), y eso mismo es lo que deja entrever la cuña que con urgencia declaraba Peña y que fue elegida por La Tercera para titular la entrevista, el hecho de que la figura del columnista más importante de este tiempo sucumba a semejante cantidad de lugares comunes, errores y porfías que no solo no nos llevarán a ninguna parte, sino que, de seguir como vamos, derechamente precipitarán a Chile por una senda peor para todos, da para seguir deprimiéndose y tal vez reafirmar la importancia de mantenerse una vez más, por razones de salud mental, lejos de la contingencia.

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