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35 días (2015)

El 17 de diciembre de 2014 el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunciaba lo impensado: tras más de cinco décadas de enfrentamiento ideológico, la nación líder del mundo libre y el régimen cubano ―liderado en ese entonces por el puño de Raúl Castro― restablecerían relaciones.

Siete meses después, el 20 de julio de 2015, parte de esa gran expectativa oficialmente se cumplía: ante una gigantesca cobertura internacional, Estados Unidos hacía historia al reabrir su embajada en suelo cubano.

Gracias a la invitación de un amigo personal ―que llevaba siete años estudiando medicina en La Habana―, el autor de este proyecto tuvo la oportunidad única de infiltrarse como un cubano más, durante 35 días, en diversas ciudades de Cuba, atestiguando de cerca no solo el mencionado episodio histórico, sino también ―y tal vez más importante aún― las secretas peculiaridades de una cotidianidad que transita, paradójicamente, entre la tragedia y la permanente risa de un pueblo.

La mágica y a veces surrealista isla de Cuba, lejos de los colores alegres y los ritmos caribeños, convenientemente orquestados para predeterminar la visión que el resto del mundo —y en especial los turistas— han de tener, oculta un universo único y, por lo general, inaccesible.

No son muchos los forasteros —y ciertamente menos los turistas— que tendrán el privilegio de conocer de cerca una Cuba distinta: cotidiana, a veces cruda y frecuentemente desesperanzada, pero con la resiliencia suficiente para subsistir día a día y siempre esbozar, paradójicamente, una sonrisa. En este sentido, si bien es difícil que su propia gente vea en la habitación de tal realidad un privilegio, definitivamente aparece una oportunidad de ejercicio estético-antropológico única para cualquier migrante temporario que tenga la posibilidad de camuflarse, durante 35 días, como un cubano más.

Esta es una sociedad atiborrada de ambivalencias: de precariedad económica y de ostentosos relojes de oro, de Ladas rusos de los ’80 y de Chevrolets norteamericanos de los ’50, y también de embajadas norteamericanas emplazadas frente a Tribunas Antiimperialiastas; pero sobre todo, de semblantes agotados (por el calor sofocante y ciertamente por todo lo que el pueblo cubano ha tenido que afrontar durante décadas), así como de expresiones gentiles y agradecidas.

La realidad de Cuba se encuentra en su cotidianidad: dentro de sus casas, en sus callejuelas, frente a sus edificios en ruinas y, por cierto, en los ojos brillantes y en las sonrisas sencillas de su gente, las que evocan una suerte de esperanza secreta y genuino ánimo de vivir.

― FJL

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